Entrevistas a José Pedroni (3 de 5)

PEDRONI HABLA DE POESÍA

Entrevista   de   Alonso   Enrique   Barrientos (Diario «La hora dominical », Guatemala, 1960)

A su vuelta de la ciudad de México, el poeta argentino José Pedroni, aceptó dar un paseo conmigo, desde la zona 5 hasta el parque Centro América. Con aquella natural sencillez de su carácter que no tiene nada de postizo ni de calculado, Pedroni se dio a caminar a pie, conmigo, como si hubiera sido otro de los nuestros, cediendo paso de cuando en cuando, a las mujeres que transitaban con el hijo al cadril, por las estrechas «veredas» o andenes de nuestras calles. Iba el poeta, en todo el trayecto, como evadido, como subyugado por todo aquello que iban captando su ojos grises, y que le parecía la inmanencia del mundo maya.

            José Pedroni es un argentino descendiente de italianos en quién está ausente aquel rasgo áspero del carácter rioplatense que, extremando la observación, ha obligado a algunos a llamarle «atorrante». La pedantería porteña, que fácilmente se traduce en pesadez y en «cargantes» amaneramientos, no es rasgo en Pedroni. Por en contrario. Hay en él un «itálico modo» de desenvolverse que le viene muy bien, armonizando su estatura con el brillo dorado de su cabello y sus cejas marcadamente negras. No es amanerado, es sencillo, con aquella sencillez que sólo puede manifestarse como trasunto de una cultura definitivamente incorporada al espíritu del hombre. Íbamos, decía, camino del Parque de Centro América, y al ritmo del paso, aprovechando no sé qué silencio del poeta, pude deslizar esta frase:

Me gustaría saber qué concepto de poesía prefiere usted, o cuál ha considerado más cercano a su propia concepción poética.

−Decía Ricardo Güiraldes: «Poesía es aquello hacia lo cual tiende el poeta», con lo cual se dice que la poesía es de esencia desconocida, e inefable, como el amor. Existe, sin duda, y se deja analizar con descubrimientos que sorprenden a los mismos que tienen la facultad de hacerla; pero por más sensibilidad y versación que se posea para intentar comprenderla, aprehenderla y reducirla a fórmula, ella es siempre la aparición que se aleja de su perseguidor sin mostrar el rostro. Es la eterna vencedora del estudio y el retrato, protegida por ese «no sé qué» de irreal y vaporoso que la envuelve y que suele desvanecerse con sólo mudar de sitio una palabra, por ser la manifestación de una misteriosa área interior que parece encontrarse más allá del entendimiento.

Otro rasgo notable de la personalidad de Pedroni es la belleza de su dicción. Habla el poeta y parece que escribiera. Las palabras más dulces del idioma se van aglutinando unas con otras como en sus versos. (Habíamos llegado a no sé qué calleja por allá por la Terminal de Autobuses, cuando el poeta se quedó mirando a dos indios que cargaban a espaldas dos grandes bultos. Le vi asombrado. Le noté observando con más dolor que curiosidad. «Barrientos, este es un problema que ustedes deben resolver sin esperar más…»).

Pero hay una poesía «intelectual» que mejor se pliega a la voluntad del autor, dije yo, volviendo al tema de mi pregunta.

−Tampoco la voluntad o la reflexión cuentan en el hecho poético, antes bien, son estas presiones desfiguradoras, porque la poesía nace del alma del poeta y tiene la pureza de la lágrima. El canto resulta de una necesidad, como el llanto. No se llora pensando sino sufriendo; y sólo es cuestión de simpatía que se llore en un pañuelo de color y se cante en un hexámetro. Yo acostumbro a cantar con el primer verso que se me aproxima y que me certifica con su diligencia servidora la instantánea adecuación de la forma al tema. Feliz aquel poeta cuyo canto necesita de la vida para hacerse, porque la obra que realice documentará la aventura de su alma en su tiempo y el servicio de aquella a éste como valor que conforta, profetiza y redime. Y más feliz si ese canto reclama algún heroísmo de su parte.

−He leído, no sé donde que es usted un notable poeta social.

−Nuestra poesía social, si existe, resulta de defender la alegría, la esperanza, la verdad y la luz de nuestro pobre canto, pero en especial de preservar de todo daño a ese amigo que va con nosotros y con quien se habla a solas con la ilusión de hablar a Dios un día, como debe haberlo alcanzado Machado, el gran poeta de Castilla, el gran hombre de España, cuyo nombre como bien anota Amorín, rima en vida y obra con «honrado».

−El lenguaje ha sido siempre un problema para el escritor, no sólo para el poeta, sino también para en ensayista, para el novelista…

−Decía yo que el hombre se sostiene con el canto puro y simple, es decir, el que se hace con las palabras de todos los días, vivientes, soleadas, claras. «Pienso –dice Neruda− que es mucho más fácil escribir poesía difícil que poesía sencilla». Damos fe que es así, no porque hayamos hecho alguna vez la poesía que no quiere que se le entienda, sino porque siempre la hemos compuesto con el lenguaje cotidiano, espeso y caliente que anda por la calle. «Todo arte verdadero es arte proletario –afirma Machado−. Difícil será crear un arte para señoritos». Y he aquí a Tolstoi que le da la razón: «El artista del porvenir será claro y sencillo. Cuando el arte no sirva sólo para distraer a gente ociosa, empezará por fin a realizar su fin verdadero, unir a los hombres en la forma más asequible a ellos». Luego, el arte tiene un destinatario que es el pueblo, y no se vale más que de un lenguaje, el llano y comunicativo que lo conjuga con la gente. Este estilo es fácil para el escritor que anda con el hombre e imposible para quienes no lo conocen. Recordemos a Stendhal: «Pour connaitre l’homme il suffit de s’tudier soi méme: Pour connaitre les homes il faut les platiquer» (Para conocer al hombre basta estudiarse a sí mismo; para conocer a los hombres se precisa vivir en medio de ellos). La Poesía social es buena, es auténtica, cuando se hace con el corazón, naturalmente. No resulta pues de una toma previa de posición sino de un estado afectivo de responsabilidad, que es otra cosa. El proceso de la lágrima es siempre el mismo, de dentro para afuera. La coincidencia de sentimiento y pensamiento es, en el poeta, sólo un azar feliz.

−El problema de la palabra en el medio literario será siempre un problema, ya lo decía Flaubert, cuando comparó las palabras con las «armas».

−Dice nuestro Pablo Rojas Paz, de cuya autoridad e imparcialidad no se puede dudar: «Es cierto que la poesía es sólo cuestión de palabras. Pero hay palabras fecundas que parecen nacer del silencio mismo de la tierra buscando la luz con oscura paciencia de semilla». Hay palabras lágrimas que maduran en la cepa del llanto; palabras llanto; palabras llanas que andan por encima de los mares y que suben a los palos más altos para hacer señas de amistad a la costa. De estas palabras que saludan y que llaman está hecha la poesía social.

Habíamos llegado por fin al Parque Centro América. Los árboles empinaban el ensueño de sus copas en un esfuerzo momentáneo de querer alcanzar las nubes: «Por favor, deténgase allí, allí bajo esas ramas», ordenó el fotógrafo, imprimiendo rápidamente unas placas de nuestra presencia sobre el césped. El poeta Pedroni, continuaba discurriendo sobre la poesía, que fue el meollo de nuestra breve conservación de tres horas. A veces, interrumpía el diálogo para hacer preguntas a su vez sobre la flora tropical, sobre la manera de mantener la frescura de los corimbos…

−El gran poeta mexicano Enrique González Martínez, es un ejemplo y usted el otro, en que la política nada tuvo que ver con la poesía social.

−Es toda esta poesía, bien se ve, de vida y esperanza: de mano tendida que va al encuentro del hombre. Poesía que clama, porque es hija del sufrimiento, pero que no se desespera porque vislumbra la ventura, declara el amor y no la guerra… No creemos pues, que para hacerla sea indispensable poseer cultura política, sino y fundamentalmente, conciencia del valor humano y fe en el hombre, más la necesidad de conversar con él, de servirlo desinteresadamente, de acompañarlo y de secundarlo por el camino de la libertad y de la igualdad que el hombre debe abrir con sus propias manos…

−Me gustaría saber si usted es un buen tertuliano, o si por el contrario le gusta dialogar consigo mismo en la soledad de su estudio…

−Creo en la tertulia literaria, en el diálogo, en las reuniones. Por eso le decía la vez pasada que ustedes en Guatemala tienen urgencia de establecer la «Sociedad Guatemalteca de Escritores», un organismo como la SADE (Sociedad Argentina de Escritores), que protege tanto al hombre de letras, vende sus libros, para que éstos no sean regalados a diestra y siniestra, sin ningún provecho para el autor…

            Hay en nuestro país ese endémico mal… El de que todo el mundo pretende tener derecho a que el escritor le obsequie con sus libros. Y no sólo pretenden tener ese derecho sino lo exigen. Hay quienes se han presentado ante mí –sin ser colegas, escritores− a pedirme con exigencia mi novela El Desertor. Y, no crea usted que piden… sólo el ejemplar, exigen también que lleve dedicatoria…

 

 

            Retornábamos ya. Habían transcurrido las horas más felices de la mañana, que son aquellas en que la ciudad entra en un corto lapso de calma. Se dejaba entrever el advenimiento del tráfico, del ruido, del movimiento y de la algazara. Al llegar a la puerta de la casa donde vive su hija en compañía de su yerno, el poeta Pedroni se detuvo para decirme: «Pero Barrientos, qué hace aquí, váyase nomás. Váyase a Buenos Aires, no sé por qué no se vino la otra vez, allá hubiera publicado ya otros dos libros. Recuerde que el ambiente contribuye mucho a la formación del escritor, hay atmósferas que aplastan y otras que estimulan, váyase nomás…».

            Y cuando me despedí de él, fui rumiando en mi memoria aquellas palabras junto con otras que me dijo, mientras dialogábamos, en algún paréntesis de su conversación riquísima, como aquello de que lo local, lo regional, cuando tiene suficiente caudal humano, se vuelve inmediatamente universal. Allí están los ejemplos de Rosalía de Castro, de Berdaguer, de Gabriel y Galán, de tantos otros, grandes escritores. De modo que no hay que desechar ni el lenguaje sencillo, ni el estilo claro, ni menos la nota o el asunto regionales, para hacer literatura, que si está hecha con lo mejor del espíritu de quien escribe, conquistará de una sola vez la aceptación de su destinatario: el público para el cual escribe el escritor…

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