MEDIA HORA CON JOSÉ PEDRONI
Revista «Sancor», Sunchales, Pcia. de Santa Fe, Nº 217, 1962.
Dada la gran batalla –escribe Sarmiento con alusión a la libraron contra la tiranía−, nos dimos como los emigrantes al Oregón, una constitución antes de separarnos. La Carta del 53 es la coronación de un ideal emancipador del hombre y civilizador de la tierra, que puede encerrarse en una figura geométrica de tres lados iguales: Libertad, Población, Educación. El ensayo colonizador de 1856 hace del triple postulado un hecho, y Santa Fe, escenario del mismo, se transforma y eleva. Rápidamente sobresale sobre los demás estados de la Confederación, y da al país la imagen de lo que éste puede ser con un suelo dividido y cultivado. Cincuenta años después, también dará su poeta, y éste aparece en un hogar de inmigrantes italianos que llegan a la tierra santafecina hacia 1880. Nace en 1899, en Gálvez. su nombre es simple y sin abolengo. Se llama nada más que José Pedroni, y su voz –como anota certeramente Luis Gudiño Kramer y a quien sigue inmediatamente la de Carlos Carlino, otro gran poeta chacarero− «provoca una verdadera revolución en la conciencias y en el gusto de las nuevas generaciones»; se desborda como un río del límite comarcano, y con el tema de la tierra, el hombre y su herramienta, adquiere resonancia nacional y americana. Monsieur Jaquín es el libro que exalta la gesta colonizadora y la coloca en el plano de suceso histórico que tiene, removedor del pasado nacional, formador de un pueblo e impulsor de la sociedad a un mejor estadio económico, social y democrático. La época platónica e imaginativa de los grandes ademanes y sombreros, como calificó recientemente un vespertino porteño a aquella en que predominan los Juegos Florales, da paso a una nueva emoción poética que va de la mano del hombre, articula sus propias palabras y se las devuelve transfiguradas por la belleza en cuyo espejo el lector se encuentra y se reconoce exclamando: «Aquí estoy yo; esto es lo que yo quisiera haber escrito de mí mismo y del mundo en que vivo». Al poeta que inicia en la línea argentina este movimiento de aproximación humana, es al que acabamos de visitar en su tranquila casa de Esperanza. Es Elena, la esposa tutelar, quien nos lleva, escaleras arriba, a la habitación donde el escritor trabaja. Lo encontramos escribiendo.
−¿En qué tarea se encuentra, señor Pedroni?
−En Varias, y al parecer no afines entre sí.
−¿Cómo es eso?
−Verán ustedes. Este es un artículo periodístico que podría atribuirse a un político porque trata de la condición y desenvolvimiento de la sociedad argentina, y este otro es un poema al hacha universal. He suspendido aquél para anotar en éste una figura poética que quiero que no se me escape. Luego volveré al tema sociológico que siempre me ha interesado. Prefiero el verso, naturalmente, que es mi forma de pensar. Este poema está destinado a un libro sobre las herramientas del hombre, que tengo a medio hacer. Los instrumentos de trabajo tienen una historia muy hermosa. Aparecen con las armas. Suelen ser una y otra cosa a la vez, como la primitiva hacha. El utensilio va marcando a través del tiempo el progreso humano. Heine tiene una hermosa poesía sobre la aguja y Amado Nervo sobre la llave. Yo le dedicaré un libro que tal vez se titule El yunque de Pitágoras. Hay que volver a Solón que según Plutarco «invistió a los oficios con honores». Es emocionante, por ejemplo, tomar un nivel y pensar que lo inventó nada menos que Teodoro de Samos. Antes que el científico fue el artesano. Innumerables instrumentos que todavía usamos nos vienen de los filósofos griegos, de la época en que la filosofía prefería la tierra a las falsas especulaciones. Un par de tijeras en nuestras manos es un legado de amor al pasado.
−Ahora comprendemos por qué le interesa a Ud. la filosofía.
−Me interesa todo «lo que enseñe al hombre a portarse como un hombre». Hay cosas que aparentemente no tienen nada que ver con la poesía, pero que sí la tienen para quienes sentimos que la literatura no tiene por función entretener al lector sino a conmoverlo y a mejorarlo. El trabajo del escritor es también un oficio útil, se vale de la pluma que es una herramienta. Hay que protegerla, para que se la use bien.
−¿Y cómo se la protege?
−Con la plena vigencia de las garantías individuales, y creando alrededor de quien escribe las adecuadas condiciones que su labor necesita. No se puede escribir sin libertad, si estímulo y sin un mínimo de comodidad. La situación de estancamiento del país afecta al desarrollo de la cultura más de lo que se supone.
−¿Su informe, aprobado por el reciente Encuentro de Escritores en Buenos Aires, plantea ese problema?
−En efecto; hemos llegado a la conclusión que un país despoblado, tributario de una metrópoli macrocéfala y absorbente, con inmensas regiones no despertadas a la civilización, no puede avanzar. Toda la sociedad padece, y dentro de ella el sector del pensamiento, desprovisto de auditorio y de atractivos, especialmente en el interior. Hoy como ayer, «gobernar es poblar». Son de Franklin Delano Roosevelt estas palabras dichas en ocasión de su visita a la Argentina: «Ustedes no podrán alcanzar un desarrollo acorde con los dones con que la naturaleza los ha favorecido mientras no aumenten grandemente el número de sus habitantes».
Hay que meditar sobre esta impresión que no se puede desmentir. El contrasentido argentino –país potencialmente rico que no sabe salir de pobre− desaparecería con la explotación racional de sus grandes reservas territoriales. La Ley de Tierras labró el poderío norteamericano. Subdivisión y gente es la fórmula del progreso. Ella producirá automáticamente la descentralización industrial, el equilibrio de las masas humanas y el brote de toda suerte de factores de bienestar económico, social, sanitario y cultural. La escuela no se puede establecer en el desierto. El diálogo no se hace de a caballo. La cooperativa nace en la asamblea de vecinos.
−¿De modo que al escritor argentino le interesan estas cuestiones?
−Naturalmente. Estamos en la tierra y no en las nubes. Sarmiento fue un escritor, el mayor hasta el presente, y nada de lo argentino le fue extraño. Toda su obra está comprometida con la suerte del país. Es combatiendo como se corporiza la idea. Nuestro escritor de hoy, consciente de su responsabilidad civil, la ha asumido y se dispone a actuar. Quiere ser oído y reclama su parte de trabajo en lo que es una obra común, no privativa de ningún sector de la sociedad. Al país lo vamos a hacer todos, que es la forma de hacerlo bien.
−¿Su informe será publicado?
−Así lo espero. «Universidad», órgano de la Universidad Nacional del Litoral, lo divulgará en su edición próxima y la Editorial Colmegna, por propia iniciativa hará un tiraje del mismo; todo lo cual es demostrativo de que el problema argentino preocupa a todo el pueblo y de que se generaliza la voluntad de hallarle soluciones al mismo.
Como nuestro entrevistado vuelve su mirada al poema que tiene sobre la mesa y parece despreocuparse de nosotros, nos levantamos y nos despedimos. Nos deja que bajemos solos las escaleras, y, cosa rara, no nos molesta esta actitud, porque la encontramos natural como la del pájaro que vuelve a su canto, y porque con ella nos dice sin palabras que hay mucho que hacer, que se ha perdido demasiado tiempo y que debemos recuperarlo.