Entrevistas a José Pedroni (5 de 5)

LA POESÍA DEBE SER COMUNICACIÓN, DICE JOSÉ PEDRONI

Entrevista de Inés Malinov, (Revista «Vosotras», Buenos Aires, 27 de Julio de 1967.)

            Desde hace más de cuarenta años el nombre de José Pedroni es sinónimo en la poesía argentina de un «hermano luminoso» como lo califica Leopoldo Lugones en 1926. Hoy ese poeta ha recibido el premio más importante que en nuestro país se confiere a la labor literaria, la Sociedad Argentina de Escritores le ha otorgado su Gran Premio de Honor, distinción que no se mide en dinero sino en el tributo que se le ofrece a quien ha dedicado su vida a las letras. Dijo el escritor santafecino: «El poeta, a nuestro ver, es un ser candoroso, sufriente y valeroso al mismo tiempo, dueño de poderosas intuiciones, que vive sumergido en un mundo íntimo, donde tiene sus sustancias; pero con el pensamiento puesto en el exterior, porque desea que sus vivencias personales trasciendan y triunfen del olvido. Para que tal cosa ocurra, el lenguaje, que da el testimonio de lo que sucede en el alma, ha de ser comunicativo –y siempre lo es si no se lo violenta−, porque la connaturalidad del estilo, por raro que éste sea, nunca tiende a apartar al poeta de la vida».

            Para conversar sobre este mensaje que leyó Pedroni en su discurso de la SADE (Sociedad Argentina de Escritores), lo visitamos en Flores, donde pasa unos días con su hijo Omar. Un hermoso rostro al que el cabello blanco le da un aire alternativamente noble y juguetón, nos saluda con afecto; muy pronto regresará a Gálvez, en Santa Fe, donde nació y trabaja desde hace 68 años. Es una dimensión adecuada para hablar de la poesía.

El sarampión de los veinte años.

−Mi primer libro lo publiqué a los veinte años: un folleto que yo considero el clásico «sarampión» poético. Con La gota de agua obtuve en 1923 el segundo Premio Nacional de Letras. Pero mis lectores seleccionaron un libro que no necesariamente significa mi preferencia: fue Gracia Plena presentado por Lugones y que ahora está en su sexta edición.

−¿Encuentra usted que su obra tiene un común denominador?

Mis doce libros de versos son un canto a la vida, e incluyo allí El pan nuestro Monsieur Jaquín, la epopeya de la colonización agrícola.

−¿Tienen un valor distinto los libros que aparecieron después de Gracia Plena?

Por su contenido creo que los libros posteriores a Gracia Plena son mejores, aunque nadie sabe que poema perdurará en el recuerdo del pueblo. Es importante pensar, como dice un autor francés «que de acá a cien años ha de existir alguien que murmure estos versos».

−¿En su último libro, El nivel y su lágrima, toca algún tema diferente?

−Allí canto a todas las herramientas del hombre y de la mujer. Tengo debilidad por los utensilios de trabajo: el nivel, la plomada, el compás, la cuchara de albañil, o sea por aquello que representa la civilización manual del hombre.

¿La poesía lo sostuvo con frecuencia en su vida, Pedroni, o fue algo que encontró usted sólo en la meditación y el descanso?

−Mi razón de ser es la poesía; sí, creo también que ha sostenido bastante al hombre que me rodea. La poesía está pasando por una crisis, se lee poco, quizás porque la extracción social del poeta lo sitúa en un ámbito ajeno al del hombre corriente. El poeta se aísla, se angustia, cae en la soledad, da esa poesía oscura que ignora al lector. Se trata de la poesía sabia, reconcentrada, no oral como la de Homero.

¿Naturalmente ésa es la que no le interesa?

−No es que no me interese, sino que no la hago porque me desconecta con el hombre en quien tengo mi semejante. Toda mi poesía está destinada al hombre.

¿No está defendiendo, Pedroni, la poesía vulgar?

−Al contrario, lo claro y sencillo no es tan fácil.

Pedroni se maneja entre sus papeles. Lee algún poema. Recibimos el sol de la mañana de invierno, cuando entra su nieta y nos saluda.

Inspiración romántica no

−¿qué opina, Pedroni, de la inspiración romántica? ¿Escribir es un rapto de inspiración?

No creo en eso, todos los momentos son buenos para crear, cuando me siento a escribir ya está resuelto en mí el poema. Soy contador de una fábrica de maquinaria agrícola y allí, impresionado por ese trabajo que tengo cerca, he escrito la mayoría de mis libros.

−¿Le hubiera preocupado que su poesía no tuviera resonancia?

Por supuesto, pienso que el hombre es una especie de coautor de lo que escribo, el destinatario que está a mi lado. Whitman dice: «Oigo lo que más quiero, la voz del hombre». El pueblo se siente feliz de que alguien lo interprete; es más, la poesía debe amotinarse por la causa del hombre.

¿Cuál es, pues, el sitio del poeta?

−El poeta tiene una función muy importante que desempeñar: sostener el corazón del hombre. Creo que las canciones sostienen más que las arengas, como los cielitos beligerantes sostenían el alma del gaucho. El Ave María es un poema de elevación, pues el hombre necesita del canto para vivir. No hay que olvidarse que el poeta es un ser histórico que acompaña al hombre. La poesía viene de los hontanares del ser y se enoja cuando se hace deliberadamente: el pecado del poeta empieza cuando siente la necesidad de decir algo y no lo dice.

¿La poesía es entonces inconsciencia, heroicidad?

−En todo caso. Además pienso que el poeta es un producto de su región, como el pasto que crece en cada zona. El peor negocio que puede hacer alguien es el desarraigarse; llevará siempre un dolor adentro, como Hudson; que describió su tierra natal muchos años después de partir.

Usted recibió muchos premios importantes, Pedroni. ¿Pensó alguna vez que se los iban a otorgar?

−Nunca he escrito para los premios; el premio del poeta es su propia lectura, es el primero en gozar de su obra.

¿Entonces?

−Entonces abogo por la poesía espontánea; alejarse del hombre es alejarse de Dios, que está en el semejante.

 

 

 

Me alcanza un poema; lo transcribo. Es transparente como José Pedroni y lo define con toda su estatura.

Mi escuela de Gálvez

Mi escuela, aquella escuela, no tenía

ni nombre ni linaje, y ya no existe.

Si digo que la quise, mentiría.

Fue ella quien amó a su niño triste.

Para alegrarme abría su ventana,

por donde entraba el campo con su aroma;

se ponía a reír en la campana

o se echaba a volar con la paloma.

Si digo que la quise no diría

que nunca le llevé ninguna cosa;

que siempre le quité lo que tenía.

Pudo llamarse escuela de la rosa,

porque daba su flor y sonreía,

abría su ventana y era hermosa.

 

 

Escuela Nro 290 donde asistió José Pedroni en su Infancia

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